lunes, 18 de marzo de 2019

Rapa Nui, el ombligo del mundo

No hay paisaje en el mundo como el de la isla de Pascua, Rapa Nui, como lo llaman los indígenas de la isla. Quizás uno se imagine esta isla de forma paradisíaca como si fuera cualquiera de la Polinesia Francesa o, incluso, como un perdido y místico atolón, lleno de playazos y palmeras. Nada más lejos de la realidad: este fascinante enclave encierra numerosos misterios, siendo uno de ellos la desolación que reina en casi todos sus rincones, a excepción de Hanga Roa, el poblado principal, y sus alrededores.



En esta entrada voy a narrar un viaje que hice hace unos años al ombligo del mundo o te pito te henua, como lo llaman los lugareños, acompañado por un libro excepcional llamado 1000 años en Rapa Nui, Arqueología del Asentamiento, que adquirí en el fascinante museo Sebastian Englert, fundado por un sacerdote que se pasó buena parte de su vida explorando la isla.

Llegamos a la isla en un vuelo desde Santiago de Chile, ciudad que merece la pena conocer por sus propios méritos, en una aproximación pelopúntica ya que la pista de aterrizaje es tan corta que parece que el avión aterriza sobre el agua, discurre por la pista y puede acabar otra vez en el agua al otro lado de la isla. Afortunadamente, el piloto frenó a tiempo y no hubo que lamentar más que el susto.

Por la tarde ya estábamos alojados en Hanga Roa, la capital de la isla, que no es mucho más que un poblado diseminado bastante arbolado, dotado de todos los servicios necesarios para el funcionamiento de la isla. Decidimos ascender al volcán que se encuentra al otro lado de la pista de aterrizaje: el Rano Kau.

El Rano Kau (La Gaceta de Gea)
Nada más partir por el camino Te Ara O Te Ao "El camino del Mando" nos encontramos con nuestro Aku Aku (espíritu guardián) particular: un encantador perrete que nos guió, llevándonos por un abrupto sendero, hasta la cumbre del volcán, para luego desaparecer sin dejar rastro. La visión era, probablemente, de lo más bello que he contemplado jamás, con permiso del Taj Mahal desde lejos. Un cono casi perfecto, únicamente hendido hacia el recinto arqueológico de Orongo, una aldea ceremonial reconstruida que a mí me recuerda un poco a los castros de Galicia, especialmente al de Santa Tecla. Desde aquí hay un mirador privilegiado a varios islotes que emergen del oscuro azul del mar, donde unos petroglifos narran la historia del hombre-pájaro, una tradición de los antiguos pascuenses.

En la base del volcán se encuentra, bajando unas escaleras, la cueva Ana Kai Tangata, con sus pinturas rupestres que representan al manutara, gaviotín apizarrado o charrán sombrío (Onychoprion fuscatus), un ave costera del Pacífico. El acantilado es muy dramático y hostil, compuesto de ásperas rocas negras de tufa volcánica. En la meseta únicamente hierba rala, ni un solo árbol. Esta es la tónica dominante de la isla, ya que parece que los antiguos habitantes sobreexplotaron los recursos de la isla, aunque otras fuentes dicen que simplemente fue por cambio climático; a saber.

Volvimos a Hanga Roa para disfrutar de una puesta de sol idílica tumbados en Tahai, donde se encuentra, entre otros, el único moai de la isla maquillado.

Ahu Tahai (La Gaceta de Gea)
Desde el poblado parten pocas carreteras, debido a que la isla es bastante pequeña, no mucho más de 20 kilómetros desde los dos volcanes situados en extremos opuestos: el Rano Kao y el pelado promontorio volcánico Poike.

Una buena forma de recorrer la isla es en sentido antihorario. Por ello nuestra primera parada fue Ahu Vinapu, un complejo arqueológico muy interesante donde se encuentra un muro tallado de gran finura y origen posiblemente inca, que no es más que el ahu posterior -plataforma pétrea sobre la que se sitúan los moais, siempre orientados según las posición de determinadas estrellas- donde descansan varias estatuas boca abajo, presuntamente derribadas por las guerras intestinas que se libraron por parte de los dos clanes de la isla.

Ahu Vinapu, moais mirando hacia abajo (La Gaceta de Gea)
Desde aquí, en dirección norte, se bordea Rapa Nui siempre abiertos al Pacífico. Una sucesión de moais, la mayoría dispersos sobre la rala hierba que tapiza toda la isla, nos saludan siempre dando la espalda al mar, salvo la excepción que confirma la regla: Ahu Akivi, el más importante complejo de moais interior.

Un poco más adelante tenemos el Ahu más espectacular de todos, a mi juicio: Ahu Tongariki, con sus quince estatuas todas diferentes, alguna tocadas con el sombrero llamado pukao, otras altas y esbeltas, o gorditas y barrigudas. A gusto del consumidor local: todas enormes ¿no tendrían otra cosa que hacer?


Ahu Tongariki, todo un catálogo de estatuas (La Gaceta de Gea)
Al norte se localiza el ya mencionado Poike, un volcán inactivo de morfología más suave que los otros tres volcanes de la isla, aunque también posee una interesante caldera que protruye de la cima. Tras esta peladísima visión se abre la bahía de La Perouse, de aguas rosadas, en honor al eminente navegante francés. Allí aparece una recóndita calita: la playa de Ovahe, de finísima arena blanca que contrasta con la negrura de la piedra volcánica. Ni una mísera palmera, por supuesto, pero es como estar en el fin del mundo.

Desolada playa de Ovahe (La Gaceta de Gea)
La que sí tiene montones de ellas es la famosa playa de Anakena, idílica con sus palmeras, su hierba, su agua rosada y su correspondiente Ahu, esta vez el Ature Huki. Se supone que aquí desembarcaron los primeros habitantes de la isla. En cualquier caso es la única atracción playera de Pascua, lo que más puede semejar el esplendor de los playazos de la Polinesia Francesa, aunque sin pasarnos, ya que el baño es bastante frío.

Anakena y su Ahu (La Gaceta de Gea)

Al sur del bello enclave se encuentra, quizás, el mayor misterio de la isla: el Rano Raraku. Se trata del volcán -mucho menos escénico que el ya visto Rano Kau- de donde emergieron, en sentido figurado, todos los moais, es decir, donde se tallaron: la cantera. Desde su base parte una senda que nos acerca a multitud de moais: los hay erectos, inclinados, tumbados, dormidos; para todos los gustos: incluso hay uno que posee un barco tallado en su prominente barriga.

Otro camino lleva a la caldera del volcán, una laguna rodeada de carrizo (o lo que allí se dé) y vegetación arbustiva. En la parte superior decenas de moais parecen haber emergido de las aguas de la laguna para observar sus oscuras aguas, como si le tuvieran morriña. Este entorno genera una inquietante pregunta ¿para qué? Aún sin respuesta clara.

Laguna interior del Rano Raraku (La Gaceta de Gea)

Desde nuestra impresionante cantera nos dirigimos hacia el suave y alomado centro de la isla, donde nos recibe, en la ladera sur de otro volcán, el Ahu Akivi, un conjunto uniforme de siete moais del mismo aspecto, también denominado "los siete exploradores" y considerado ampliamente el Ahu más importante de todo el interior de la isla, ya que las figuras determinan el modelo clásico y, además y a diferencia de los demás Ahus, éste mira al mar, no al interior. No es tan escénico como Tongariki -mi favorito- pero sin duda uno de los más merecedores de visita.

Ahu Akivi "Los siete exploradores" (La Gaceta de Gea)
A partir de este punto arranca una pista por el sector más desolado de la isla, su extremo noroccidental, un negro acantilado continuo donde se dispersan diferentes Ahus y restos arqueológicos curiosos diseminados aquí y allá, además de pedruscos negros sembrados entre el verde y corto herbazal.

Negro acantilado en el sector noroeste de Rapa Nui (La Gaceta de Gea)
Volvemos a Hanga Roa, donde visitamos el imprescindible museo Sebastian Englert y la exótica iglesia de la Santa Cruz, donde se practica un sincretismo católico-rapanui de lo más extraño a la par que fascinante.

Iglesia de la Santa Cruz. Al loro con la fachada (La Gaceta de Gea)
Finalizamos este somero publirreportaje disfrutando de otra puesta de sol en Ahu Tahai. Tumbados en la fresca hierba, el sol se pone despacio entre los moais. Huele a mar, ese mar oscuro y bravío que, si lo navegáramos hacia el oeste, nos llevaría a cientos de atolones, islas paradisíacas llenas de cocoteros y hermosas playas de fina arena coralina.

Pero no hay isla en el mundo tan remota, tan extraña y tan mágica como la Isla de Pascua, Rapa Nui, el ombligo del mundo

lunes, 4 de marzo de 2019

Territorios filatélicos (I)

Cuando el que escribe hizo la Primera Comunión, costumbre prácticamente inevitable en los años 80 del siglo pasado, un peculiar familiar, conocedor de la originalidad del muchacho y, probablemente, de él mismo, le hizo un regalo que nunca olvidó. Un regalo de persona mayor, nada de un reloj Casio (excelentes, por cierto) o una cámara Polaroid (igualmente), sino un álbum de sellos. Además, relleno de bastantes de ellos, valga la redundancia.

Sellos de personajes históricos, motivos religiosos, conmemoraciones de descubrimientos, animales, trajes regionales, jefes de estado y paisajes españoles y extranjeros. Hoy nos detendremos en algunos paisajes o monumentos -la mayoría muy conocidos- que aparecen en estos sellos, todos emitidos en los años 60 del pasado siglo.

Comenzamos con algunos sellos de la Serie Turística de los años 60. El primero me encanta: se trata de un sello de 5 Ptas. de 1967 de la Ciudad Encantada de Cuenca, esa maravilla de paisaje geológico. El sello representa una de las formas más representativas del parque: el Tormo Alto, una figura en precario equilibrio; probablemente en algunos cientos de años, o menos, colapse. Mientras, no hay que perdérselo.

Sello de 5 Ptas. de la Ciudad encantada de Cuenca (La Gaceta de Gea)
Como uno es daltónico, no va a entrar en sutilezas cromáticas. Me admira el color de los pinos del fondo, y cómo contrastan con las líneas de sombra de la formación geológica. Hasta las difuminada línea del matasellos le queda bastante armónica.

El siguiente, de 70 céntimos y emitido en 1964 y a dos colores. Representa una vista de la Costa Brava, en la provincia de Gerona. Me da la sensación de que se trata de una vista panorámica de Tossa de Mar y su costa, según he podido inferir de esta foto.

Sello de 70 Cts. representando un paisaje de la Costa Brava, en Gerona (La Gaceta de Gea)
Me gusta mucho la perspectiva, lograda a partir del empleo de las dos tintas, oscura la de delante y más clara la de detrás. La forma de representar los árboles y los roquedos, así como los reflejos de los elementos sobre el agua y las casitas del pueblo, me parecen de una gran delicadeza.

El siguiente sello data de 1966: una vista del Monasterio de Guadalupe, una joya arquitectónica que, en su interior, aloja innumerables tesoros, especialmente de pintura y escultura.

Sello de 1,50 Ptas. del Monastrio de Guadalupe, en Cáceres (La Gaceta de Gea)
Se trata de la fachada principal del edificio, que preside una pequeña plaza mayor con soportales, una fuente y algunos locales turísticos. En un lateral del conjunto se encuentra el Parador de Turismo, dotado de un interesante claustro donde se sitúan las habitaciones. Lo que más me atrae de este sello, además de la precisión con la que se ha representado, es el matasellos, muy curioso por mantener dos palabras enteras.

De la cosecha de 1968 nos llega este sello, que representa la monumental ciudad universitaria de Salamanca, sin duda una de las que más patrimonio posee de toda España, y vida estudiantil, todo hay que decirlo.

Sello de 1,20 Ptas. con vista de Salamanca (La Gaceta de Gea)

Me gusta mucho el empleo de la tinta del Puente Romano en contraposición con la de las dos catedrales que posee la ciudad. El reflejo de los arcos sobre las aguas del Tormes focaliza la perspectiva de la escena.


El Teide, en las islas Canarias (La Gaceta de Gea)


El siguiente sello es más paisajístico, entra más en la categoría de flora y fauna. Se trata de una bonita vista del Teide, el pico más alto de España con 3.718 metros, un volcán que, en sus laderas, presenta una vegetación riquísima en endemismos, como el tajinaste rojo, pintoresco arbusto que parece un cactus o la delicada violeta del Teide, descrita por el gran Alexander von Humboldt. La palmera, en primer término, enmarca el nevado pico, y algunos edificios singulares -el de la derecha de abajo podría ser obra de César Manrique- completan la escena.

De aspecto similar al sello de Salamanca tenemos éste de 1,50 Ptas. de la monumental ciudad de Gerona.

Vista de Gerona (La Gaceta de Gea)
La vista es desde el río Oñar, que atraviesa la ciudad antes de unirse al río Ter, a la altura del Parque de la Dehesa, presuntamente el parque urbano más grande de la región de Cataluña y cuya máxima atracción natural son sus enormes plataneros (Platanus hispanica) de más de 55 metros de altura. Las casas colgantes del Oñar, lo más pintoresco y probablemente fotografiado de la ciudad -incluyendo la conocida Casa Masó-, se asoman al cauce teniendo como telón de fondo la catedral de Santa María de Gerona, muy original por poseer una sola nave (planta de salón), por lo que recuerda más un edificio civil, tipo lonja, que una catedral ad hoc. Al fondo, la iglesia de San Félix, con su recortado remate y, presidiendo el río, el puente de Eiffel (no se parece mucho al actual; que alguien me lo explique).

Los 80 Cts. de la Torre del Oro, en la adorable Sevilla, configuran una estampa muy típica de la ciudad.

80 Cts. con la Torre del Oro (La Gaceta de Gea)
Se trata de una vista del monumento desde el Canal de Alfonso XIII, una dársena del río Guadalquivir que atraviesa el Puerto de Sevilla y llega hasta la Isla de la Cartuja, donde se celebró la exposición universal "la Expo" de 1992. Por cierto, el lugar, en la actualidad aloja un Parque Científico y Tecnológico; excelente iniciativa, deberían existir muchos más centros de I+D en España. Otro gallo nos cantaría, desde luego.

Detrás de la torre albarrana, cuyo cuerpo hexagonal data del siglo XIII, surge el alminar islámico español por excelencia, la Giralda, cuyo cuerpo superior renacentista -en mi opinión bastante conseguido- fue construido tres siglos más tarde.

Finalizamos esta primera entrega en 1968, con este sello del Palacio Benavente, en la encantadora localidad de Baeza, también llamado Palacio de Jabalquinto.


50 Cts. del Palacio de Jabalquinto, en Baeza, Jaén (La Gaceta de Gea)

En la actualidad se aprovecha -eso está muy bien, es necesario reciclar patrimonio- como una de las sedes de la Universidad Internacional de Andalucía. La fachada, del siglo XV, es exuberante, de estilo gótico isabelino, decorada con motivos escultóricos variados: heráldica, puntas de diamante y flores de piñas, entre otros.

Continuaremos en una próxima entrada, admirando estos sencillos aunque preciosos sellos que nos permiten admirar, a pequeña escala, algunos de los paisajes y monumentos más conocidos de España aunque tantos hay, tan interesantes y algunos tan descuidados, que habría que sacar muchos más sellos para que la gente tomara conciencia de lo que significa cuidar el patrimonio: un espejo de nosotros mismos.

Continúa aquí

Entrada destacada

Incursiones cotidianas: arquitectura de una playa invernal

Una de las actividades más placenteras -al menos para el que suscribe- es un paseo invernal por una playa desierta. Y si es un playazo, mejo...