lunes, 18 de febrero de 2019

Rutas anárquicas: circunvalando Entrepeñas

Inauguramos con esta entrada una nueva sección: las rutas anárquicas. El término no necesita mucha explicación: según la RAE anarquía tiene varias afecciones, pero a mí la que más me gusta es la de desconcierto, incoherencia, barullo. Así pues, son rutas bastante exploratorias, fuera de los caminos más trillados. Si vemos algún elemento que llama poderosamente nuestra atención -como dicen los más modernos- nos detendremos a investigar el lugar convenientemente.

Comenzamos nuestra primera ruta por el embalse de Entrepeñas pasado el interesante pueblo de Auñón, compuesto mayoritariamente por viviendas vernáculas bastante bien conservadas y auténticas, propias de estos ambientes del peculiar y muy personal paisaje Alcarreño de Guadalajara. Cogemos el desvío a Sayatón, localidad anexa al embalse de Bolarque, construido sobre el Tajo en 1910, en un precioso entorno de pinos dentro de la Sierra de Altomira.

Justo antes de llegar a un paraje denominado, de forma algo mística - Peña de Horeb, un centro de retiros espirituales, sale una carretera abandonada a la izquierda, muy curiosa, llena de baches. Se trata de la antigua carretera nacional que llevaba a la presa de Entrepeñas, antes de que se ejecutara la nueva variante por el otro margen del Tajo, que lleva directamente a la misma.

La estación abandonada de Auñón, hecha una pena (La Gaceta de Gea)
Lo primero que llama nuestra atención es una ruina que aparece a la derecha, entre la maleza: se trata de la antigua estación ferroviaria de Auñón y Sayatón, construida en 1910 (bien alejada de ambas localidades, por cierto), junto a la que se pueden apreciar restos de depósitos de agua, grúas hidráulicas, grandes cocheras, la propia red electrificada y los restos del puente por donde el tren circulaba a la otra orilla. Como en todos estos lugares, la basura y los grafitis escasamente artísticos mandan.

Esta estación de ferrocarril formó parte del proyecto de unión ferroviaria de Madrid con el siempre olvidado Teruel, lo que se denominó el Tren de Arganda, del que decían que pita más que anda. Dentro, pueden aún apreciarse la sala de espera, un pequeño despacho para el jefe de estación así como su vivienda y la del guarda-agujas.

Hito kilométrico antiguo sobre el "Puente Romano" (La Gaceta de Gea)
Un poco más adelante se encuentra el denominado Puente Romano, lo que me recuerda que, en España, casi todos los puentes son romanos, por eso de darles una cierta pátina histórica de la que suelen carecer. Para mí que éste es más bien medieval o incluso del siglo XV o XVI. Por cierto, en uno de los muretes laterales del puente se encuentra empotrado uno de los hitos kilométricos del denominado Plan Peña, la Instrucción de Carreteras de de 1939. Es un buen sitio para observar aves como el cormorán grande (Phalacrocorax carbo), el porrón moñudo (Aythya fuligula) y el aguilucho lagunero (Circus aeruginosus).


Curiosísimo paisaje, ciudado con los desprendimientos (La Gaceta de Gea)
Lo atravesamos, con cuidado ya que es algo estrecho. Al otro lado aparecen varias señales antiguas y una de ellas señala a la antigua villa de Carrascosilla, probablemente destruida por la enorme y blanca cantera. A partir de aquí se remonta el Tajo hasta la presa de Entrepeñas, que cierra el pantano homónimo, el más grande de España. A la derecha, un amenazante farallón calizo promete algún tipo de desprendimiento; hay que tener mucho cuidado en esta zona. Al otro lado del río y entre la maleza, surge la antigua Central Eléctrica de Guadalajara, convertida en un centro de piragüismo. Siempre me gusta ver cómo se reciclan edificios antiguos, me parecen muy sanas iniciativas.

La Central Eléctrica de Guadalajara (La Gaceta de Gea)
Se llega a un curioso lugar ajardinado con un parterre y vistas sobre la bonita presa, denominado el Castillejo, dotado de unas curiosas farolas años 60. Desde aquí cogemos la N-320 y atravesamos la cabecera de la presa hasta llegar al poblado de Entrepeñas y el mirador sobre el Tajo. En lo alto, una serie de edificios ruinosos descienden hacia la propia presa, formando una especie de canales, entre los pinos dispersos y las calizas.


La presa de Entrepeñas y la carretera a Alocén (La Gaceta de Gea)
Tras admirar esta agradable paisaje retro cogemos la pequeña carretera GU-999 hacia Alocén. En sus primeros kilómetros discurre junto al embalse, por lo que se puede apreciar el bajo nivel de sus aguas. Más adelante se va internando en un precioso pinar de Pinus nigra, a los lados de la no muy remendada carretera. A la izquierda, arriba, se divisa el Santuario de la Virgen del Madroñal, una ermita del siglo XVII con unas vistas estupendas del embalse.

Vista del embalse de Entrepeñas, con su acostumbrado nivel bajo.
Llegamos al desvío a Alocén, a la izquierda, aunque seguimos en dirección norte, donde el pino negral comienza a ser sustituido por la encina. Llegamos al cruce, desde donde se puede ir a Zaragoza o a Cuenca. Cogemos a la izquierda, por saber si hay algún mirador que merezca la pena. Encontramos algo mejor: una pintoresca gasolinera abandonada; habrá que explorarla.

Arqueología industrial moderna (La Gaceta de Gea)
Únicamente queda la marquesina metálica y la caseta, cuyo suelo está lleno de escombros. Entramos en la caseta con sumo cuidado y nos damos cuenta de que estamos en la antigua Taberna el Viaducto y que servían un ligero y embriagador aguardiente de orujo, según rezan sendos platos en la pared.

Dentro de la Taberna del Viaducto (La Gaceta de Gea)
Tras la caseta hay una balconcillo lleno de porquería, como mandan los cánones, pero las vistas sobre el viaducto no merecen demasiado la pena.

Volvemos sobre nuestros pasos y cruzamos el viaducto de hormigón armado, con sus dos grandes ojos y sus arquillos, en dirección a la localidad de Pareja.

A unos pocos kilómetros hay un desvío a la derecha, donde un ancla tipo Almirantazgo, con cepo, de buen tamaño, nos saluda erguido sobre unas piedras de granito. A lo grande: habrá que explorar tan nobiliario y náutico paraje.

Accedemos por aquí a la urbanización "Las Anclas"; a lo lejos se distinguen unos bloques de viviendas que no desmerecerían en cualquier desarrollo turístico de la costa mediterránea. Llegamos a la rotonda de acceso al complejo, donde encontramos, con cierto aspecto setentero, una rotonda con varios equipamientos algo deslucidos: una ermita, unas canchas y lo que queda de un ruinoso bar. Está claro que este enclave debió gozar de momentos mucho mejores.

Ruinoso bar en la urbanización "Las Anclas"
Callejeamos por la urbanización: calle Bitácora, Goleta, Sotavento; llegamos a divisar unos veleros grácilmente posados sobre el escaso nivel de agua del embalse. Siempre es interesante adentrarse en estos lugares tan poco conocidos; con ojo atento, se pueden descubrir nuevas perspectivas.

Barquitos sobre Entrepeñas, en la urbanización "Las Anclas" (La Gaceta de Gea)

Salimos de la urba para dirigirnos a Pareja. Justo antes del pueblo encontramos el Azud, una pequeña presa de uso recreativo bordeada por un camino peatonal y ciclista, con mirador, zona de baño, rampa para embarcaciones así como un aparcamiento, todo en excelente estado. En otro de sus extremos linda con el embalse de Entrepeñas, aunque está más seco que la mojama.

Isla artificial en el Azud. Al fondo, Pareja (La Gaceta de Gea)
El lugar es delicioso para practicar cualquier deporte o bañarse, con el añadido de poseer una importante comunidad ornitológica (halcón peregrino, alimoche, águila culebrera, buitre leonado y zampullín chico, entre otros).

Tras bordear el idílico paraje, volvemos por la carretera N-204 hacia el cruce de Sacedón. Sin embargo, sabemos que existe un lugar que merece la pena no muy lejos de allí: el medieval y a la vez musealizado Monasterio de Monsalud, en la pedanía de Córcoles.

El Monasterio de Monsalud, en planta (Gogle Earth)

Dejamos el coche junto al Monasterio y entramos por una pista bordeada de árboles. Observamos la Portería, con su puerta de medio punto, su hornacina vacía y un simpático y barbudo Pantocrátor con un orbe en la mano, bendiciendo al visitante. Dentro, una mesa de picnic. En la modesta opinión del que suscribe, éste sería el lugar idóneo para el Centro de Visitantes, y no donde está ahora. Al fin y al cabo era la Portería ¿no?

La Portería de Monsalud (La Gaceta de Gea)
Penetramos en el claustro a través del vestíbulo: una maravilla cisterciense cuya sobriedad arquitectónica contrasta con la riqueza de las nervaduras de sus bóvedas, rematadas en cul-de-lampe, detalle típico del Císter. El jardín, algo salvaje, evoca que estamos ante una ruina cuya restauración no ha sido intensa pero sí eficaz, ya que sigue manteniendo su autenticidad. Desde aquí accedemos a la sala capitular, la antigua sacristía y, por fin, la iglesia de tres naves, rematada por sendos ábsides, más grande el central. Las bóvedas son de crucería, muy sencillas pero rotundas.

En el de la derecha se ubica una imagen, no original, de la Virgen de Monsalud, a la que se atribuían poderes sanadores. Aunque no seamos especialmente píos, siempre es bueno pedir por la salud física, mental y espiritual de uno mismo y de todos los demás seres sintientes. Hacemos esa intención y nos retiramos de la luminosa iglesia hasta salir del verde entorno.

Ábsides de Mosalud (La Gaceta de Gea)
Volvemos a Sacedón, con la intención de picar algo. Encontramos un lugar ad hoc que no está nada mal, aunque como no nos gusta demasiado hacer publicidad, diré que posee un nombre algo tropical.

Cerramos, de esta forma tan selvática, nuestra primera ruta anárquica por una zona alcarreña tan peculiar como interesante.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Trogloditas por el mundo (y II)

Retomamos y rematamos la anterior entrada de Trogloditas por el Mundo, repasando la económica a la par que sostenible costumbre de habitar en cuevas, cálidamente resguardados por Gaia, Gea, la Pacha Mama, la Madre Tierra o como se quiera llamar, aspecto que siempre ha otorgado cierta seguridad psicológica al ser humano. Siempre que la cueva no esté ocupada por otros compañeretes de farra de más de dos patas, claro.

Continuamos nuestro viaje en América del Norte, continente tremendamente escénico, de paisajes abiertos, enormes, magníficos, solitarios, especialmente a lo largo y alrededor de las Montañas Rocosas. Allí, al sudoeste del estado de Colorado, se encuentra el Parque Nacional de Mesa Verde, de visita imprescindible por la soledad del entorno (exceptuando las hordas de turistas), la calidad paisajística, el interés arqueológico y, sobre todo, por lo bien organizado que está, con sus simpáticos rangers que contribuyen decisivamente a la preservación de tan singular paraje.

Mesa Verde con sus grupos de turistas, entre los que se incluye el autor. En la cornisa se aprecian las manchas negruzcas causadas por la proliferación de cianobacterias (La Gaceta de Gea)
Bajo una enorme ceja de piedra caliza salpicada de manchas negruzcas -churretones de cianobacterias fotosintéticas también llamados trazos de tinta- aparece un entramado de viviendas, con sus muros y ventanas, acompañadas de kivas, cámaras redondas excavadas y cubiertas por cúpulas semicirculares, de uso ceremonial por los ancestrales indios Pueblo, aunque también sirvieron como improvisada vivienda en caso de necesidad. Comenzó a habitarse nada más y nada menos que en el milenio octavo antes de Cristo, abandonándose en el siglo XIII dC.

Planta del Palacio del Acantilado de Mesa Verde. Las kivas redondas y las viviendas entre ellas me recuerdan -aunque no tienen nada que ver- algunos castros gallegos y asturianos, como el de Coaña (nps.gov)
No muy lejos de Mesa Verde, en el estado de Arizona, se localiza el interesante aunque menos llamativo Monumento Nacional del Castillo de Montezuma, cuyo nombre hace sincero homenaje al famoso gobernante azteca, ya que sus descubridores creyeron que había sido construido por él mismo aunque, realmente, fue implantado por los indios Sinagua, habitándose entre los siglos XI y XV dC.

El Castillo de Montezuma (National Parks)
En una gran oquedad del acantilado calizo (casi todas las cuevas, naturales o artificiales, se encuentran en terrenos calizos, por algo será) aparece este hábitat compuesto por cinco pisos accesibles mediante escaleras portátiles, de forma que solo pudieran acceder sus propios habitantes. Además de por motivos defensivos, los Sinagua construyeron el hábitat 30 metros por encima del cauce del río Beaver -un afluente del río Verde- para evitar las previsibles crecidas, que podrían haberse llevado por delante, de forma inmediata, el poblado. Gente inteligente a diferencia de otros, en España, que se empeñan tozudamente en construir sus viviendas junto a ramblas y cauces secos que, cuando llueve torrencialmente, se convierten en trampas mortales que se cobran alguna que otra vida, entre grandes destrozos materiales. Hay gente que no tiene remedio, ni lo quiere tener.

Vámonos a África, concretamente a Ghana. En el norte del país y muy cercano al río Volta tenemos la villa de Seripe. Debo confesar que no he encontrado información de este hábitat en internet, únicamente en el libro Earth-Sheltered Habitat, de Gideon S. Golany. He escaneado la zona con Google Earth y tampoco he encontrado el asentamiento troglodítico, por lo que sospecho que ya no existe.

Dibujo del hábitat de Seripe, Ghana (Earth-Sheltered Habitat)
Se trata de un poblado de forma más o menos circular, sin calles ni accesos visibles. Las viviendas se adhieren entre ellas como si fueran células vegetales, y cada una de ellas consta de un patio central rodeado de habitaciones. De esta forma, el hábitat presenta un perímetro totalmente opaco, lo que contribuye a su defensa. El acceso desde el exterior sería por medio de una escalera portátil. Su forma, extremadamente compacta, permite maximizar el terreno utilizado para la agricultura, base de la subsistencia de sus habitantes.

De forma similar, el acceso a las viviendas se produce por una escalera portátil de madera que baja hacia los patios. Los techos planos de las habitaciones se usan para las reuniones comunales, como tendedero de ropa y secadero de alimentos, así como zona de juegos infantiles. El material de construcción de los muros es una mezcla de serrín, barro y excrementos de vaca.

Aunque, realmente, no sea éste un hábitat puramente troglodítico, comparte con ellos las mismas características bioclimáticas, ya que las pérdidas y ganacias de calor son mínimas, obteniéndose un clima similar.

Hábitat troglodítico de Bandiagara, Mali (World Monuments Fund)
Nos acercamos al cercano Mali, concretamente a Bandiagara, donde se localizan sus conocidos acantilados, en pleno País Dogón. Excavados en piedra arenisca, estos acantilados han sido habitados desde hace más de 2000 años, aunque el pueblo dogón -exótico y extraño a partes iguales- se implantó en estas tierras a partir del siglo XV dC.

Bajo el enorme escarpe se agolpan multitud de construcciones de adobe: viviendas, graneros, altares, santuarios y los Togu Na, unos curiosos espacios comunales (solo para hombres, como era previsible) abiertos por sus extremos y cubiertos por un entramado de ramas, a baja altura, sostenido por pilares de madera tallados con esculturas pro-fertilidad y demás tótems. Hay que entrar agachado, y dentro se discuten asuntos administrativos, los mozos se echan la siesta o fabrican utensilios de artesanía. Las mujeres con el período pasan el trance, aisladas, en una construcción circular, por si fuera contagioso. Las calles son simplemente los espacios intersticiales entre las construcciones, no hay planificación urbana alguna.

Casas-cueva de Guadix, España (Andalucia.org)
Finalizamos en el sur de España, en Andalucía, más concretamente en la provincia de Granada. En la localidad de Guadix aparece el singular Barrio de las Cuevas donde, en el siglo XVI dC, se implantó un hábitat troglodítico de unas 2000 cuevas. En la actualidad viven allí unas 3000 personas, lo que lo convierte, presumiblente, en el hábitat troglodítico habitado más grande de Europa.

Las casas-cueva son bastante peculiares, ya que suelen disponer de una fachada blanquísima, enjalbegada al estilo andaluz, a la que se adosan elementos como poyos, jardineras, hornacinas o tejadillos, además de presentarse la entrada a la cueva y ventanas de todos los tamaños, que iluminan levemente las estancias. En el exterior aparecen unas curiosas chimeneas de ventilación. Dentro de la cueva, las estancias poseen techos abovedados, hornacinas que hacen de armarios y todas las comodidades disponibles en el siglo XXI. Porque una cosa es ser troglodita -con todas sus ventajas bioclimáticas- y otra, muy distinta, es vivir en la Edad de Piedra.

Apetecible aunque troglodítico interior de la casa-cueva "La Tala", en Guadix (Casa La Tala)
Hoy en día es posible alojarse en las casas-cueva convertidas en hoteles, toda una experiencia ecosubterránea que no hay que perderse.

Terminamos las dos entradas de Trogloditas por el Mundo señalando que existen muchos asentamientos troglodíticos diseminados por el planeta, algunos habitados en la actualidad y otros esperando tiempos mejores. Quizás lleguen: con el calentamiento global previsto no sería mala idea volver a la cueva o, al menos, imitar su comportamiento climático en los edificios actuales, cosa no tan sencilla.

Tiempo al tiempo.

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