domingo, 28 de octubre de 2018

Incursiones cotidianas: Madrid, La Peseta, la vanguardia de Carabanchel

Con la presente entrada comenzamos una nueva serie dentro de las incursiones cotidianas: paseos paisajístico-naturalista-costumbristas, a modo de libérrimo flâneur -paseante sin rumbo fijo- por el Madrid menos comercial o turístico, lo que no quiere decir que sea de menor interés. Más bien al contrario: la ciudad en la que nací, resido y pululo presenta, al ojo avezado y atento, multitud de sitios curiosos, gentes diversas y actividades callejeras peculiares, que a buen seguro harán las delicias de niños y mayores inconformistas con las simples apariencias. Empezamos, pues, por una zona nueva, periférica, de la capital: el PAU de Carabanchel, denominado popularmente barrio de La Peseta, merecido homenaje a la moneda que circuló en España tras los maravedís, reales y escudos y antes de los actuales euros.

Distancia: 7,42 km, tiempo: 2 horas 50 minutos, dificultad: nula
Salgo de la nueva y espaciosa estación de Metro de La Peseta. Frente a mí, dos interesantes construcciones efímeras: una churrería, cerrada, y un moderno aseo público, utilizable al módico precio de 10 céntimos. Por cierto, la inclusión de estos elementos en la ciudades españolas no es ninguna broma, es un asunto de salud pública que demasiadas veces se pasa por alto. Así que mi gratitud, por ello, al Ayuntamiento de Madrid; ya habrá tiempo en esta entrada para la crítica constructiva. Bordeo el cubo cristalino y me dirijo hacia el noreste, por un paseo ancho y algo desangelado que es parte de un moderno parque, con poco árbol y mucho suelo, clásico del urbanismo madrileño contemporáneo.

Al fondo se presenta un interesante edificio, al que me acerco: se trata de las 64 VPP (viviendas de Protección Pública) de los arquitectos Aranguren y Gallegos, galardonadas con el Premio COAM 2005. Como curiosidad, consta de cuatro bloques en esvástica que rodean un jardín zen, con su gravilla y sus bolos de granito, simbolizando el afloramiento de las impresiones mentales sobre el océano del inconsciente, que se logra por la práctica del zazen. Iluminación garantizada, oiga. Una serie de grandes plátanos de sombra (Platanus x hispanica) cubren, casi por entero, la interesante fachada principal del edificio, quizás queriendo rebajar el posible ego de sus autores, como manda la tradición.

Las 64 VPP de Aranguren y Gallegos (La Gaceta de Gea)
Volviendo al parque un aro de hormigón, pintarrajeado sin mucho arte, preside un inhóspito paraje con la única sombra de unas imberbes falsas acacias (Robinia pseudoacacia), bajo las que corretean, estirando el cuello, varios mirlos, Turdus merula. Completan el cuadro una fuente de dos caños, que gotea apaciblemente bajo el perreante sonido de un cercano reguetón, y unas cuantas mesas de juego colocadas a la buena de Dios, que emergen como los pedruscos del jardín zen.

Aro, fuente, mesa, socavón y basura (La Gaceta de Gea)
Enfilo hacia el ajardinado bulevar entre las calles Lonja de la Seda y Tordesillas, donde observamos más manzanas de viviendas nuevas de mayor o menor categoría. Un truco para identificarlas con propiedad: cuanta más superficie acristalada y más balcones mayor calidad, en general. Y es que lo más caro son las carpinterías, es decir, las ventanas.

Un sonoro graznido desvía mi atención: sobre el nudoso tronco de un olivo, unas cotorras argentinas (Myiopsitta monachus), bien alimentadas, miran hacia la acera contraria de la calle, donde comienzan a aparecer viviendas en bloque de dos o tres alturas, marcando la transición entre el PAU y las zonas de Carabanchel más antiguas.

Cotorras argentinas, rellenitas, sobre un bonito olivo (La Gaceta de Gea)
Llego a una rotonda y, animado por un original edificio blanco recubierto por una piel de parasoles horizontales que dan movimiento a un patrón regular de ventanas y balcones, driblo hacia la calle del Jacobeo. Alcanzo, tras la calle del Fagot, un parquecillo, de esos que tanto abundan por estos lares. Una depresión cobija un pequeño teatro dotado de un quiosco de música; entorno muy sucio, por cierto, en román paladino tiene más mierda que el palo de un gallinero. Está claro que la principal responsabilidad de la suciedad la tiene quien la emite, no quien la recoge, ya que siempre nos gusta echar balones fuera. Es la tragedia de los comunes en el ámbito urbano.

Quiosco y auditorio, al fondo la catedral ortodoxa y el edificio Bambú (La Gaceta de Gea)
 Más allá, un edificio blanco dotado de unas torres de aspecto orientalizante: se trata de la catedral de la Iglesia Ortodoxa Rumana, la primera construida fuera de Rumanía. Detrás, un bajo edificio de viviendas aplacado en pizarra, todo un lujo. De frente el edificio Bambú, obra del arquitecto Alejandro Zaera, con su recubrimiento de bambú sobre bastidores metálicos abatibles, que oculta parcialmente los entresijos vitales de sus moradores.

El opaco edificio Bambú (La Gaceta de Gea)
Reconozco que el alzado de este tipo de edificaciones suele quedar, en plano, azúcar puro, gloria bendita, parafraseando a un conocido humorista. Pero no deja de ser algo engañoso; bajo su texturizada piel se deja adivinar la humanidad en su salsa: ropa tendida, terrazas usadas como trasteros y customizaciones varias, en fin, la realidad sin ornamentos.

Me dirijo hacia el sur, atravesando una zona verde. Mientras divago mentalmente sobre la honestidad intelectual del edificio, una algarroba me da un golpecillo en la cabeza, devolvéndome al aquí y ahora. La culpable es una Ceratonia siliqua; Pío Font, en su Dioscórides Renovado, nos dice que "su corteza es astringente y su fruto laxante", aunque es mejor no probarlo.

Algarrobo y colores del otoño (La Gaceta de Gea)
Más adelante tenemos un jovial y colorido edificio de viviendas que casa perfectamente con el moderno colegio que tiene enfrente: es el Carabanchel 17, de ACM Arquitectos, algo menos secretista que el anteriormente mencionado.

Las 82 viviendas de ACM Arquitectos (La Gaceta de Gea)
Cruzo la avenida de la Peseta, con su hermoso bulevar, y me saluda un descampado con aspecto de usarse para deportes y demás fiestas de guardar así como el pinar de San José, pulmón verde de la zona compuesto de pinos piñoneros (Pinus pinea) de repoblación, con sus típicas copas en forma de paraguas. Los pajarillos cantan contra el murmullo del tráfico cercano; atravieso el pinar pisando el mullido suelo de acículas aderezado con latas aplastadas, restos de plástico y otros objetos de los que no quiero acordarme.

El huerto urbano y su espantapájaros, una gran inicialiva colectiva (La Gaceta de Gea)
Alcanzo, junto a unas grandes papeleras amarillas de estilo forestal, un curioso huerto urbano aprovechado por 100 hortelanos del barrio, dotado de multitud de matas, macetas, elementos de riego y espantapájaros mini, mientras unos molinillos fabricados con botellas de plástico giran sin cesar, recordándome a los aerogeneradores tipo Savonius. La verdad es que estas iniciativas, si están limpias y bien cuidadas, me parecen excelentes. No solo hay que ser bueno, también hay que parecerlo.

El pinar de San José (La Gaceta de Gea)
Atravieso el pinar hacia el suroeste, mietras observo urracas (Pica pica) y palomas torcaces (Columba palumbus) picoteando el suelo. En las copas de los pinos hay multitud de nidos. Un aeroplano surca el cielo, se percibe que estamos cerca del aeródromo de Cuatro Vientos, el aeropuerto más antiguo de España y escenario de multitud de hechos históricos. Hoy estamos de récords.

Cruzo la calle del pinar de San José y el paisaje cambia abruptamente, pasando del verde pinar a un agostado y sucio secarral. Un camino lleva a una pasarela que salva la autovía de circunvalación M-40, llegando al término municipal de Leganés, barrio de La Fortuna. Todo un borde, como diría Kevin Lynch en La Imagen de la Ciudad.

Llego al centro de la pasarela: a un lado, el secarral que lleva al pinar; al otro, más secarral y un desgarbado espacio industrial. Sería necesaria, en mi opinión, una conexión mejor entre los dos barrios, a menos que los hechos diferenciales de ambos sean irreconciliables, aunque no lo creo porque los madrileños, seamos de donde seamos realmente (no hace falta nacer aquí para ser madrileño), no necesitamos tanta identidad prefabricada. Tal vez un paso de fauna más ancho, ajardinado, que una el pinar con la calle Álava, ya en La Fortuna.

Secarral y pinar desde la pasarela, conexión mejorable (La Gaceta de Gea)
Vuelvo al secarral y avanzo paralelo a la M-40, hacia el este, por el descampado. Empiezan a aparecer bordillos semiocultos entre la maleza, como si fueran vías de tren abandonadas. En mi cabeza comienza a sonar el Paris, Texas, del gran Ry Cooder, banda sonora perfecta para este desolado paisaje. Subo un talud y continuo junto a una chisporroteante torre de alta tensión. Consulto el mapa: estoy, nada más y nada menos, en el Parque Lineal Manolito Gafotas, dedicado al simpático personaje de Elvira Lindo, con cuya película me reí mucho, lo confieso. Desde luego, el aspecto del "parque" concuerda perfectamente con el entorno retratado en la novela homónima, que contrasta fuertemente con los edificios de viviendas contiguos, de aspecto excelente.

Carabanchel, Texas: el ¿parque? Manolito Gafotas (La Gaceta de Gea)
Sigo por el sendero, de expansivas vistas, hasta bajar al nivel de la calle de los Morales, que remonto hasta toparme con un pequeño monolito sobre el que descansa una placa conmemorativa, rodeado de basura variopinta. Más triste, imposible.

Depresión endógena (La Gaceta de Gea)
Me dirijo hacia el parque donde iniciamos la ruta, vagando por sus calles aledañas y encontrándome con interesantes edificios, entre los que se intercalan -como las vetas de tocino en el buen jamón ibérico- pequeñas plazas ajardinadas.

Por fin llego a la parte baja del parque, donde, junto a la boca de Metro, encuentro el auditorio Violeta Parra, dedicado a la insigne cantautora chilena. Accedo al recinto y encuentro una lámina de agua sobre la que flota un enorme remolino de espuma blanquecina, girando en el sentido contrario a las agujas del reloj, como una borrasca vista desde el Meteosat. Cojo una muestra para observarla al microscopio, luego veremos qué demonios es.

Remolino en el auditorio Violeta Parra (La Gaceta de Gea)
Salgo del auditorio ascendiendo el graderío, donde encuentro unos juegos infantiles rodeados de unos muretes decorados con grafitis bastante conseguidos, aunque a uno le guste mucho más la textura del encofrado del hormigón.

Termina nuestro recorrido por una zona muy variada e interesante, que ofrece mucho más de lo que parece, con sus aciertos y sus problemillas, siempre resolubles.

Un grafiti lo resume perfectamente:


Pues eso.


PD: La muestra de agua del remolino, con su espuma, revela un crecimiento masivo de désmidos y otras algas verdes propias de las aguas ácidas. Es posible que la espuma no sea contaminación, sino una simple espuma endógena. Si algún experto pudiera corroborarlo, estaría muy agradecido.

Algas en la muestra de agua con espuma, 100x contraste de fase (La Gaceta de Gea)

lunes, 15 de octubre de 2018

Incursiones cotidianas: Alicante, el jardín del cabo

Inauguramos, en la presente entrada, una nueva sección: las incursiones cotidianas. Según la Real Academia Española, una incursión es una "penetración de corta duración en territorio enemigo", lo que la diferencia de una excursión, que suele ser más larga y localizada en entornos más remotos. Por tanto, se trata de un paseo corto, de exploración mayoritariamente urbana, aunque no necesariamente en territorio enemigo, o sí. Cotidiana es porque se desarrollará en lugares fácilmente accesibles pero quizás no del todo apreciados en todas sus dimensiones posibles, como suele pasar.

Empezamos con un jardín. Pero no un jardín cualquiera: se trata del cabo de las Huertas o de la Huerta, situado en plena ciudad de Alicante. Más que un jardín es un peculiar entorno rocoso dotado de una interesante flora, utilizado por lugareños, perros y turistas como parque, con todo los positivo y negativo que este uso reporta: relajación, preciosas puestas de sol, gente en bolas, deporte, vandalismo, basura y, probablemente, algún que otro acto ilícito. Esta mezcla algo hippie me recuerda al gran Without A Net de los Grateful Dead; suena el Walkin' Blues mientras tecleo como un loco.

El castillo de Santa Bárbara, sobre el centro de Alicante, desde el cabo de las Huertas (La Gaceta de Gea)

Comienza el paseo en el extremo sur de la avenida de Niza, alias Paseo Marítimo, con sus palmeritas de turno, un interesante carril bici y la fantástica playa de San Juan. El paseo termina abruptamente donde se ubica el Monumento a los Pensionistas, una pareja que mira encandilada el horizonte, quizás calculando si la exigua pensión va a llegar para alimentar a todos los hijos, nietos, yernos, nueras y a la madre que los parió a todos.

Desde aquí nos dirigimos hacia el cabo por la orilla de la playa; al final encontramos unas rocas cubiertas por arribazones, acumulaciones húmedas o secas de restos de Posidonia oceanica, planta endémica del Mediterráneo, de gran valor ambiental y como bioindicador, que forma verdes praderas submarinas llenas de vida. Los arribazones estabilizan la playa, impidiendo la pérdida de arena por viento y oleaje.

Accedemos al cabo propiamente dicho; un ancho camino de tierra nos da la bienvenida. A la izquierda el mar, a la derecha un amplio terreno en cuesta: ralo, pedregoso, reseco, dotado de vegetación rastrera y arbustiva. Al final del camino, una ristra de viviendas adosadas de aspecto setentero se desliza hacia el mar, delimitando el terreno perteneciente al faro. Nos fijamos en la vegetación: aparece la Carpobrotus edulis, la invasora uña de gato, a la que gusta especialmente la tierra salina: es una planta halófila.

La uña de gato, invasora e ubicua en el cabo (La Gaceta de Gea)
También encontramos numerosas matas del agradable Crithmum maritimum, el hinojo marino, con sus arracimadas florecillas y sus tallos suculentos. Según el insigne Pío Font, se trata de una planta antiescorbútica, muy utilizada en Cataluña: "En ninguna parte de España, que yo sepa, son más apreciados los hinojos marinos que en Cataluña: los cogen cuando están en su mayor vigor y los ponen en adobo con vinagre, para conservarlos y comerlos en todo tiempo, y particularmente en el invierno, en ensalada, y de otros varios modos". Habrá que probarlo, sin duda.


El hinojo marino, abundante en las costas rocosas del Mediterráneo. Detrás, espinosas matas de cambronero (La Gaceta de Gea)









Completa la trilogía el cambronero, Lycium intricatum, un reseco arbustillo espinoso y frágil.

A la altura de las viviendas adosadas, el camino gira a la derecha, ascendiendo hacia las urbanizaciones que coronan el cerro del cabo. No queda más remedio que continuar de frente por una senda que dobla todo el cabo, finalizando en la cala Cantalar, donde existe una microrreserva de flora, bastante sucia, por cierto.

Vamos a efectuar un recorrido geológico por este paraíso de arenisca; extraigo de mi irrompible mochila esta ruta, cortesía de la Universidad de Alicante, alma mater de insignes investigadores, entre ellos del aspirante al Nobel Francis Mojica.

A unos 20 metros del punto anterior desciendo por las plataformas rocosas, de formas caprichosas, hasta llegar hasta la línea costera. Me sorprende un gran escarabajo negro que huye despavorido: se trata de un ejemplar del género Blaps, absolutamente inofensivo, que se alimenta de materia en descomposición.

Un escarabajo del género Blaps. Parece ser que por la forma del ovopositor se puede adivinar la especie. Si alguen lo sabe, que lo diga, porfa (La Gaceta de Gea)
En este punto -según la guía geológica- se localizan pequeños acantilados y plataformas de abrasión costera, compuestas de areniscas del Mioceno Superior.

Plataformas de abrasión compuestas de arenisca, sobre ellas abundante material fosilífero. Al fondo, la playa de San Juan y la localidad del Campello (La Gaceta de Gea)
Sobre estas formaciones se aprecia un microconglomerado fosilífero, más reciente: a simple vista se ven restos de conchas y demás huesecillos calcáreos. Sobre ellos descansa una arenilla de erosión; recojo una muestra para observarla con la lupa binocular. Se trata de una capa de sedimentos de playas y dunas fósiles del Cuaternario, de más de 100.000 años de antigüedad.

Restos de fósiles calcáreos en la capa del Cuaternario (La Gaceta de Gea)
Asciendo de nuevo al camino, donde encontramos una hermosa chumbera, Opuntia ficus-indica, mostrando sus vivos colores al atardecer.


Colorida chumbera (La Gaceta de Gea)
Sigo unos 35 metros por el camino, a la derecha, tras la verja del terreno del faro -que, por cierto, es un faro de luz blanca, de ocultación con grupos de 5 destellos, como vimos en una entrada anterior- observamos un curioso estrato laminado en forma de surco o artesa, típico de dunas convertidas en rocas por la acción del viento, denominadas eolianitas, ¡qué interesante!

Eolianitas bajo el faro (La Gaceta de Gea)
Un poco más allá bajamos hacia un mojón que delimita el dominio marítimo-terrestre, donde encontramos más eolianitas, esta vez con aspecto de esponja o termitero, denominadas rizocreciones, causadas por las raíces de las plantas sobre las primitivas dunas. Recojo el cadáver de un mosquito enorme y colorido, luego lo observaremos más detenidamente.

Rizocreciones (La Gaceta de Gea)
Junto a estas curiosas formaciones observamos una panorámica de la costa: nos llaman la atención unos dedos que entran y salen del mar, se trata de una morfología dentada causada por la erosión diferencial, es decir, el mar se ha comido las areniscas finas y ha dejado las de grano grueso, más duras y resistentes a la erosión.

Morfología dentada por erosión diferencial (La Gaceta de Gea)
Volviendo al mojón observo una planta de hojas muy verdes y lustrosas, casi bruñidas; no tengo ni idea de la especie pero me recuerda un poco a algunas plantas tapizantes de la media y alta montaña del Sistema Central.

Ni idea pero mola (La Gaceta de Gea) NOTA: Según la identificación de @DrBioblogo (Twitter) se trata de Capparis spinosa
Sigo un sendero paralelo al anterior pero más accidentado, próximo al mar. En este punto se alternan pequeños acantilados con plataformas costeras planas, parcialmente sumergidas en el mar, formando bañeras, pequeñas calas y diversos temas relacionados con el karst litoral. Veamos algunos.

Socavadura o notch, causada por la energía de las olas. Me recuerda a la célebre ola de Hokusai (La Gaceta de Gea)
La socavadura o notch es similar a una ola de piedra, valga el símil lírico. El oleaje erosiona la pared vertical del acantilado hasta reducir progresivamente su parte inferior, quedando una especie de visera.

Las plataformas de abrasión marina son superficies planas, muy agradables; dan ganas de tumbarse sobre ellas. Debido a la acción de las olas y del viento la parte de la plataforma litoral que linda con el mar se ha desgastado formando microdolinas, depresiones circulares similares a las marmitas de gigante, y pequeños lapiaces, como venas y fisuras labradas en la piedra.

Microdolinas en la plataforma de abrasión costera (La Gaceta de Gea)
En las paredes del acantilado se aprecian unas coqueras -como se dice en el argot arquitectónico, como no soy geólogo me lo puedo permitir- en la arenisca: se trata de la erosión alveolar de la arenisca, causada por la acción de los aerosoles marinos, ricos en sales, que se introducen en la roca, disgregándola.

Erosión alveolar (La Gaceta de Gea)
Observando estas formas un visitante inesperado emerge de una oquedad: se trata de un bonito opilión o araña pataslargas, que corre como si la vida le fuera en ello, cosa bastante probable. Intento bloquearle la ruta con el pie, pero da media vuelta a toda velocidad. Vuelvo a bloquearle otra vez, con la cámara compacta disparando, intentando hacerle una foto decente. Giro raudo en la otra dirección, agachado, persiguiendo a la araña de marras. Un pescador en pelotas, caña en mano, vuelve la cabeza y me mira extrañado: "hay gente pa tó", parece que piensa, parafraseando a Rafael el Gallo en conversación con el gran José Ortega y Gasset. Eso mismo pienso yo.

La mejor foto que le pude sacar al opilión (La Gaceta de Gea)
Asciendo de nuevo al camino que bordea el faro. Un poco más hacia el sur, a la derecha y arriba, diviso un gran abrigo; la guía geológica me dice que es un tafoni: el material interior, húmedo, saturado, se descomponga rápidamente dentro de la masa pétrea más seca. El viento remata la faena, llevándose los restos de la descomposición y despejando la cavidad.

Tafoni en la arenisca (La Gaceta de Gea)
Ya es casi de noche y hay que regresar. La incursión ha merecido la pena. Me pregunto ¿cuánta gente de la que pulula por aquí conoce lo que yo he descubierto gracias a la guía? Pocos, siendo optimista. En tu pueblo o ciudad siempre hay cosas interesantes, sólo hay que tener curiosidad. Lo demás llega solo, incluyendo la documentación, que es probable que se encuentre en Internet.

Por tanto, si tienes curiosidad, la exploración comienza sobre el felpudo de tu casa ¿a qué esperas?

PD: habíamos recogido arena fosilífera y un mosquito enorme, veamos lo que son.

Pequeños gasterópodos, bivalvos y restos de antozoos, en la arenilla del cabo (La Gaceta de Gea)
El mosquito gigante resultó ser una inofensiva típula, más seca que la mojama (La Gaceta de Gea)

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